No es lo mismo la manera como percibimos las bebidas y los alimentos cuando somos pequeños que cuando somos adultos. A medida que vamos cumpliendo años, todos nuestros sentidos, incluido el del gusto, van cambiando y definiendo nuestras preferencias. No es solo una cuestión genética, sinó que también es una educación que le hacemos a nuestro paladar a medida que vamos probando y experimentando con productos nuevos.
Lo mismo sucede con el café. Puede que durante una época necesitemos tomarlo con azúcar o leche, y que años después no tengamos inconveniente en tomarlo solo. La prueba está con los niños, que no suelen ser muy entusiastas del café. Hasta que se hacen mayores. Esto se debe a que durante los primeros años de vida tenemos un mayor número de papilas gustativas, lo que hace que los sabores se experimenten con gran intensidad. Una explosión de sabores que va disminuyendo poco a poco, cuando existe menos capacidad de regenerar las papilas gustativas.
De hecho, un estudio realizado por el Instituto Tecnológico de la Alimentación AINIA, concluye que el gusto por lo ácido y lo amargo se incrementa con la edad. Esto explicaría por qué las personas empiezan a tomar café hacia la juventud. Otro estudio realizado por la Universidad de Granada también apunta que el estrés puede contribuir a reducir la aversión hacia el sabor amargo del café.
Sea como sea, la propia evolución del gusto, así como las circunstancias de cada momento son las que, al final, condicionarán nuestras preferencias por un tipo de café u otro a lo largo de nuestra vida.