La taza de café, con su asa y su plato, es uno de los utensilios más populares y extendidos alrededor del mundo. Pese a todo, muy pocos conocen su historia. Un origen que se remonta a dos siglos a.C., cuando durante la época de la dinastía Han (206 a.C. – 220 d.C.), los chinos descubrieron la porcelana y empezaron a utilizarla para la creación de tazas para beber té y otras vajillas.
Unas tazas que llegaron a Europa de la mano de Marco Polo y las Cruzadas, pero que no se empezaron a fabricar en el continente hasta finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII. Pero ahora llega lo más sorprendente de todo.
Fue en Europa donde se introdujo el platito que acompaña el café. Se cree que su uso se inició en Inglaterra alrededor del siglo XVIII. Para aquel entonces, el objetivo inicial del plato, que era mucho más hondo que el actual, era el de enfriar el café. El sistema era el siguiente: el líquido se vertía de la cafetera a la taza y, a continuación, cada persona lo vertía sobre su plato. Así se enfriaba el café más rápidamente y se facilitaba su degustación, que se hacía desde el propio platito.
Esta curiosa costumbre no duró mucho tiempo, porque pronto se diseñó el asa en la taza de café. Fue así como el plato se diseñó de forma menos honda y se utilizó como soporte de la taza y la cucharita. Un elemento ideal para poder llevar la taza de una estancia a otra.