Existen diversas leyendas sobre la descubierta y posterior uso del café. Una de las más extendidas ocurrió en el siglo VIII de nuestra era y atribuye el descubrimiento de las propiedades de la semilla del café a un pastor llamado Kaldi, que advirtió la agitación de sus cabras tras haber masticado las ramitas del cafeto. Kaldi contó el curioso hecho al prior de un cercano monasterio, quien enseguida intuyó que era una obra de Dios para mantener despiertos a sus monjes durante los oficios nocturnos.
Según sigue la historia, entre los siglos XII al XIV se introdujo el café en el Yemen (Arabia) como consecuencia de las invasiones abisínias. Se presupone que el cultivo se inició en los monasterios de aquella región y, a través de las guerras y de la religión, se fue extendiendo por toda la comunidad árabe. De hecho, la tradición considera al prior Alí Ben Omar Al Shadhili como el primer patrono de los cultivadores de cafetos, así como de los consumidores de café.
Durante mucho tiempo los árabes se esforzaron en conservar el monopolio del café, ya que era un comercio muy lucrativo. Por esta razón prohibieron terminantemente la exportación de la planta, castigando con duras penas el intento de desobediencia.
Sin embargo, los controles no pudieron ejercerse con todo el rigor necesario, porque el país era recorrido cada año por miles de peregrinos de todo el mundo camino de la Meca. Así fue como, hacia el siglo XVII, un monje hindú llamado Baba Budán aprovechó su peregrinación para robar la apreciada planta y llevársela a su país. De esta manera se introdujo el café en la India, concretamente en la región de Mysore, aún hoy una gran productora de café.
En cuanto al continente europeo, las primeras informaciones que hay registradas son de finales del siglo XVI, cuando algunos botánicos y numerosos viajeros de distintas nacionalidades comentaban la existencia del cafeto, su cultivo y las características del brebaje preparado con sus semillas.
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