De entre las muchas sorpresas que te puedes encontrar cuando viajas a Bosnia y Herzegovina, más allá de su arquitectura de origen otomano y su rica mezcla de culturas, es que sus habitantes tienen una gran debilidad por el café, que toman a lo largo del día en cafeterías y terrazas.
Hay que aclarar que en los países de cultura musulmana, servir un café de calidad es un símbolo de hospitalidad básico entre amigos y familiares. Una costumbre que en Bosnia y Herzegovina está arraigada desde siglos atrás, cuando entre el 1400 y el 1800 se produjo la expansión del Imperio Otomano. De hecho, se dice que en su capital, Sarajevo, ya había cafeterías a finales del siglo XVI, unos cien años antes que en Viena o París.
Tradicionalmente, el café bosnio se prepara en un ibrik o ezva, una pequeña olla de cobre con cuello alto y asas largas. Los pasos básicos consisten en hervir el agua y moler el café, idealmente con el método dibek, que consiste en moler de forma manual los granos en un cuenco de piedra hasta que el café quede bien molido.
A diferencia del café turco, donde se agrega el azúcar al agua y al café, en el café bosnio se agregan uno o dos terrones de azúcar en la taza y se vierte el café encima, hasta esperar que el azúcar se disuelva. El resultado es un café oscuro, dulce y con restos de posos de café. Ideal para acompañar con alguno de los dulces típicos de la región, como las baklavas.
¿Te animas a probarlo?