Igual que sucede con el café, el té es un producto que se produce en zonas muy concretas del mundo, sobre todo en los lejanos países de Asia y Sudamérica. Además, igual que pasa con los granos de arábica y robusta, las hojas del té también son una de las materias primas con más movilidad alrededor del globo. Son largos trayectos desde los países de origen hasta los consumidores de los cinco continentes.
Lo que mucha gente no sabe es cómo fueron los inicios del transporte marítimo del té. Una historia que empieza en 1600 con la creación de la Compañía Británica de las Indias Orientales, considerada como la primera gran empresa de la historia. Fue en este año que a la reina Isabel I de Inglaterra se le concedió el permiso exclusivo para ejercer, durante 15 años, el comercio con las Indias Orientales. Es decir, con todo el Sudeste y Sur de Asia.
Potencia empresarial
Desde ese momento, la empresa no dejó de crecer hasta ser la más potente que había conocido el mundo hasta la fecha. Tenía su propio ejército y un poder casi absoluto sobre el comercio del té, que pronto se convirtió en una bebida popular entre la nobleza europea.
Su cuartel general comercial se encontraba en Bombay y la empresa basó su éxito en un sistema de “factorías”, donde se dejaba que sus representantes establecieran puestos comerciales y adquirieran y negociaran los bienes. Así fue como llegaron a controlar la mitad del comercio mundial, hasta el punto que no sólo importaban té, sinó que llegaron a crear sus propias plantaciones para poder atender todas las demandas.
La compañía fue un gran éxito hasta que en 1813 perdió el monopolio comercial, en 1833 perdió el comercio del té en China y en 1860 todas sus posesiones pasaron a formar parte de la Corona, aunque aún se le permitió ejercer cierto control comercial. No fue hasta el 1874 que se disolvió la Compañía Británica de las Indias Orientales. Un nombre que, pese al tiempo transcurrido, nos sigue evocando un pasado marítimo de viajes, esencias y aventuras.